jueves, 7 de enero de 2016

Don Quijote de La Mancha: La poesía en el Quijote (I)

Lo que era menester que algún día aconteciese, al fín, tras varios fallidos intentos, ha sucedido. El Club de Lectura se enfrenta, pleno de orgullo y satisfacción, al reto que supone la lectura de la primera parte del Quijote.
Tiempo habrá para los análisis sesudos, la crítica mordaz, las interpretaciones transversales, los contextos históricos y la intrahistoria de los personajes; pero quiero ahora comenzar con el estudio de lo que, no por menos banal, brilla con luz propia dentro de la obra cumbre de la prosa castellana: la poesía en el Quijote. Lo haremos, además, de la forma que más nos gusta en este blog: con la música.
Dejando a parte, por el momento, los poemas que aparecen en el prólogo del libro, es en el capítulo II, donde aparecen los primeros versos. En su primera salida en pos de aventuras, Don Quijote recala en una venta, que el cree castillo almenado, y en ella decide hacerse nombrar caballero por el 'castellano-ventero'. Antes de velar sus armas es atendido por dos prostitutas que allí había, las cuales lo desarman y le dan de cenar.
    —Nunca fuera caballero
De damas tan bien servido
Como fuera don Quijote
Cuando de su aldea vino:
Doncellas curaban dél;
Princesas, de su rocino.
Nunca fuera caballero es el título de un magnífico CD, el cuarto de su carrera discográfica, del grupo de música folck castellano-manchego, Espliego. En esta obra, editada en el año 2005, ponen música a muchos de los poemas recogidos en las dos partes del Quijote. Este trabajo supuso un enorme salto cualitativo en cuanto a la producción musical del conjunto, contando con las colaboraciones de cantautores de la talla de Amancio Prada, Luis Pastor, Joaquín Díaz y Maite Dono; de grupos como Na Lúa, Atlántica, Frontera Cero o Eanes, entre otros; de músicos como Michel Canadá o Christian Constantini, entre otros; y concertistas profesionales como Yago Mahugo (clave) y María José Carralero (arpa).
Este será también el título del primer tema del CD, versión instrumental que sirve de introducción a todo el trabajo.

En el capítulo XI, después de la aventura con el vizcaino, Don Quijote y Sancho recalan junto a unos cabreros, para pasar la noche junto a ellos. Tras la cena que les ofrecen, Don Quijote pronuncia su célebre discurso de la edad dorada, tras contemplar un puñado de bellotas avellanadas, ante la indiferencia de los cabreros. Queriendo éstos agasajar a tan distinguido huésped, quisieron que cantase un joven compañero suyo, Antonio, acompañado por su ravel. Así recita y canta sus desamores con Olalla.
    —Yo sé, Olalla, que me adoras,
puesto que no me lo has dicho
ni aun con los ojos siquiera,
mudas lenguas de amoríos.
    Porque sé que eres sabida,
en que me quieres me afirmo,
que nunca fue desdichado
amor que fue conocido.
    Bien es verdad que tal vez,
Olalla, me has dado indicio
que tienes de bronce el alma
y el blanco pecho de risco.
    Mas allá entre tus reproches
y honestísimos desvíos,
tal vez la esperanza muestra
la orilla de su vestido.
    Abalánzase al señuelo
mi fe, que nunca ha podido
ni menguar por no llamado
ni crecer por escogido.
    Si el amor es cortesía,
de la que tienes colijo
que el fin de mis esperanzas
ha de ser cual imagino.
    Y si son servicios parte
de hacer un pecho benigno,
algunos de los que he hecho
fortalecen mi partido.
    Porque si has mirado en ello,
más de una vez habrás visto
que me he vestido en los lunes
lo que me honraba el domingo.
    Como el amor y la gala
andan un mesmo camino,
en todo tiempo a tus ojos
quise mostrarme polido.
    Dejo el bailar por tu causa,
ni las músicas te pinto
que has escuchado a deshoras
y al canto del gallo primo.
    No cuento las alabanzas
que de tu belleza he dicho,
que, aunque verdaderas, hacen
ser yo de algunas malquisto.
    Teresa del Berrocal,
yo alabándote, me dijo:
«Tal piensa que adora a un ángel
y viene a adorar a un jimio,
    merced a los muchos dijes
y a los cabellos postizos,
y a hipócritas hermosuras,
que engañan al Amor mismo».
    Desmentíla y enojóse;
volvió por ella su primo,
desafióme, y ya sabes
lo que yo hice y él hizo.
    No te quiero yo a montón,
ni te pretendo y te sirvo
por lo de barraganía,
que más bueno es mi designio.
    Coyundas tiene la Iglesia
que son lazadas de sirgo;
pon tú el cuello en la gamella:
verás como pongo el mío.
    Donde no, desde aquí juro
por el santo más bendito
de no salir destas sierras
sino para capuchino.

En el capítulo XIII don Quijote recita unos versos del Romance de Lanzarote que ya había adaptado, a su conveniencia, en el capítulo II, cuando agradecía el trato de las prostitutas de la venta donde fue armado caballero.
Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido
como fuera Lanzarote
cuando de Bretaña vino.

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