sábado, 5 de febrero de 2011

Los usurpadores

Con el título de “Los usurpadores”, Francisco Ayala reune ocho relatos escritos durante los primeros años de su exilio en América, tras el sangriento desplome de una República en la que Ayala creía y a la que sirvió. No podían sinó, mostrar una visión de la historia española opuesta a la retórica oficial que entonces se imponía.
El tema común a todos ellos, se avanza desde el prólogo, el "poder ejercido por el hombre sobre su prójimo es siempre una usurpación". Son relatos sobre el poder, los excesos del poder y sus detentadores, pero presentando este exceso como defecto. Las historias se ubican en el Siglo de Oro, de donde Ayala toma bastante de su técnica, y la Edad Media, pero podrían discurrir en cualquier contexto espacial y cronológico debido a la atemporalidad de las actitudes y ansias que giran en torno a dicho poder. Se describen la avidez, la burocracia, la violencia, la corrupción o la dominación. Todo ello recreado por un espléndido catálogo de personajes, un dominio léxico y narrativo excepcional, una adaptación del texto al ambiente y época sin arcaimos ni ampulosidades y una riqueza intelectual extraordinaria.

<<(…)Los usurpadores es simplemente una obra perfecta, por su dominio del lenguaje, por su integración maestra de la historia en una estructura compleja que se renueva con cada relato, por su subordinación del valor simbólico de la obra -la destrucción que conllevó la guerra civil en España, el odio y las venganzas que parecen implícitas a la obtención o el deseo de poder, por la exploración fascinada en un territorio literario (el pasado medieval y del Imperio)- a técnicas profundamente modernas(…).
Esta obra singular y perturbadora sólo podía surgir como consecuencia de un exilio en tierras americanas. Lo atractivo de esta obra, y lo triste por su ausencia de continuadores en España en el siglo XX, fue que surgiera en una encrucijada de caminos, tomando de España sus argumentos terribles y desalmados, horadando y extrayendo de su historia el origen de tantas equivocaciones y de Sudamérica el fulgor del relato corto que entonces Borges o Cortázar hacían explotar a la perfección. La tradición barroca sudamericana, con un lenguaje rico y lleno de color, se cruza con las notas más severas y estrictas de la literatura realista española. Ayala, que había comenzado su obra militando en el simbolismo y la vanguardia de la primera hora del 27, con Cazador en el alba, disponía de todos los recursos literarios posibles, y a su llegada a América se encuentra con la asunción de teorías, tendencias y aspectos de la creación de relatos que fructifican en esta obra y en una posterior también portentosa, La cabeza del cordero, más explícita respecto de la guerra civil española y un tratado maestro del uso del punto de vista en el relato corto (…).
Es clarificador leer el capítulo dedicado a sus dos principales libros de relatos en sus memorias Recuerdos y olvidos, ahora reeditadas y ampliadas por Alianza para conmemorar su centenario, y que constituyen un ejemplo memorialistico impresionante, además de contar con una gracia narrativa portentosa sus avatares durante la República y su contacto con grandes personalidades de comienzos de siglo, gente como Ortega, Heidegger, Azaña. En el capítulo Mis trabajos y mis días cuenta, con brevedad y sin conferirse el empaque que esos libros merecen, su vuelta con ellos a la literatura después de muchos años. Esa vuelta no obedece a un alejamiento voluntario o a una frustrante reacción depresiva a lo vivido en España y su salida precipitada del país. Simplemente Ayala tiene que centrarse en las clases universitarias y en sus traducciones de libros -ensayos la mayoría-, que le permitirán sacar adelante a su familia y a él mismo. En un momento dado renunciará a las traducciones y escribirá con intensidad los relatos de Los usurpadores. El primero será el último en la edición definitiva del libro, Diálogo de los muertos, un escalofriante y cálido clamor de muertos en fosas interminables. Es una alegoría de la guerra que cerrará finalmente el volumen y que le cubre a todo él con un manto simbólico. Luego escribirá El hechizado y El abrazo y los demás en rápida sucesión. En el 49 se publica en Argentina, donde tendrá gran acogida. Pero la censura impedirá -a pesar de los intentos al respecto de la editorial Aguilar, que pretendía publicar en los sesenta su obra completa- la publicación de esos libros y se publicarán en México en 1969, y en los setenta en España (…).>> Miguel Angel Muñoz.
http://elsindromechejov.blogspot.com/2006/05/los-usurpadores-de-francisco-ayala-1.html
http://elsindromechejov.blogspot.com/2006/05/los-usurpadores-de-francisco-ayala-2.html
http://elsindromechejov.blogspot.com/2006/05/los-usurpadores-de-francisco-ayala-y-3.html


Prólogo redactado por un periodista y archivero, a petición del autor, su amigo
Sin lugar a dudas la genialidad de esta obra comienza, como no podia ser de otro modo, desde el principio, por el prólogo. Carmen Escudero Martínez, en su tesis “Cervantes en la narrativa de Francisco Ayala” analiza ampliamente este prólogo.
<<(…)
EL PRÓLOGO DE LA COLECCIÓN. LA NOVELIZACIÓN Y LA CRÍTICA
Ya desde el arranque de la obra comienzan los puntos de contacto entre esta colección de Ayala y las formas cervantinas, ya que el prólogo de Los usurpadores tiene notable parecido con el primer Quijote, el de 1605.
Este conocido texto cervantino enuncia las dificultades del género a la par que critica sus defectos y excesos, todo ello de forma casi novelada, ya que el narrador inventa a un amigo a quien hace relación de sus dificultades y aprensiones para realizar tal empresa, amigo que será quien sugiera la forma del prólogo y lo componga finalmente con un procedimiento que podríamos denominar de "collage". El arte soberbio de Cervantes hace que coincidan ante los ojos del lector el proyecto de una obra, la obra misma y su crítica, configurándose este texto con ello en un acabado ejemplo de lo que se viene llamando la técnica de probeta de esta novelística, su fingida apariencia de improvisación o ensayo, además de configurar la estructura del prólogo dentro del prólogo que, como otras similares en los géneros literarios, da paso a una arquitectura en abismo.
El arte de acometer un prólogo, como entre bromas y veras sugiere Cervantes, no es, desde luego, tarea baladí, ya que el prólogo es algo singular que tiene bastante del género epistolar (que porque se dirige directamente al lector), y que debe, en teoría, abordar la obra a la que acompaña desde una perspectiva distinta, desde la perspectiva crítica y racional.
Pero es indudable, como apunta Porqueras Mayo en sus estudios, que, aunque se trate de una pieza que aborda un punto de vista distinto respecto a la creación, ya que intenta presentar y justificar la obra racionalmente, el hecho del hermanamiento necesario en el espacio con una obra de ficción hace que, en ocasiones, el prólogo quede contagiado por la proximidad de la ficción y resulte novelado.
Eso es lo que ocurría en el prólogo al Quijote de 1605, y eso es también lo que ocurre en el prólogo de Los usurpadores, donde es aparentemente un amigo del autor, que se presenta como archivero, quién firma esas explicaciones iniciales.
Como ha puesto de relieve la crítica especializada el nombre del firmante de esas líneas introductorias, F. de Paula A. García Duarte, no es otro que el del propio autor que ha nominado así, veladamente, a su "alter-ego" dando paso a un cierto fingimiento y novelización, igual que hiciera Cervantes creando a un ficticio amigo para presentar su obra.
Ayala, a través de su oscuro archivero, va a insistir en las características de su creación, su unidad, sus pretensiones y sentido último, su íntima textura laberíntica, su estilo, etc. Parece que el autor desconfiara grandemente de las posibilidades que, de lo contrario, tenía el lector de comprender correctamente su libro.
Pero, el fingido archivero llevará la ficción del desdoblamiento hasta el extremo; no sólo esbozará una presentación de la obra, sinó que también adelantará algún conato de crítica respecto a alguna de sus formulaciones, y resulta curioso el hecho de que también esa crítica se pueda relacionar con otra cervantina similar.
La crítica del autor del prólogo, en realidad autocrítica, se refiere a la falta de verosimilitud de uno de los relatos de la colección –El abrazo- en que el narrador, testigo ocular de algunos hechos, que va intercalando según surgen en su memoria, se comporta en algún momento como narrador omnisciente dando detalles de las relaciones íntimas del rey don Pedro y su querida, detalles que ¿cómo iba a conocer alguien fuera de los dos amantes?
Con esta cuestión de nuevo se conecta el arte de Ayala y el cervantino, por la innegable relación que con el Quijote de 1615 tienen estas líneas. Como es sobradamente conocido, en la obra clásica, Sancho, tras tener conocimiento de que sus aventuras andan impresas, preguntará a su amo como habrá llegado el autor de semejante obra al conocimiento de hechos vividos por Don Quijote y él en absoluta soledad.
Así pues, son muchos los lazos que, ya desde el prólogo, unen a Los usurpadores con la narrativa cervantina, aunque la relación técnica de algunos relatos de la colección con las formas utilizadas por Cervantes es todavía más evidente.
(…)>> Carmen Escudero Martínez: "Cervantes en la narrativa de Francisco Ayala", Universidad de Murcia, Secretariado de Publicaciones, 1988 [podeis consultar parcialmente esta obra en el siguiente enlace http://books.google.es/books?id=NH5UZR-kwO0C&pg=PA35&lpg=PA35&dq=Los+usurpadores&source=bl&ots=cb2rxJVLnL&sig=i2y6SN7O_Ts_p-y15wFfYrBD0SU&hl=es&ei=6-NKTdT7L8a3hQfM4I3XDg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CB8Q6AEwADg8#v=onepage&q=Los%20usurpadores&f=false]
San Juan de Dios
En este magnífico relato, Ayala aprovecha la historia de un soldado portugués, convertido en monje y dedicado con vehemencia a la caridad cristiana, para contarnos las desdichas de Felipe Amor, su pariente Fernando Amor y la amada de ambos, Doña Elvira. Es un relato dentro de otro relato.
El Doliente
Relato enmarcado en las vicisitudes del reinado de Enrique II, el Doliente. Sumido en la enfermedad sus privilegios son ‘usurpados’ por los nobles de su corte, hasta el punto de no tener para comer. Tras idear una estratagema para reconvenirlos, la enfermedad lo vuelve, otra vez, a la situación inicial.
La campana de Huesca
Narra la historia de dos hermanos, destinado el primogénito a heredar la corona de su padre, destinado el segundo a luchar contra su propia naturaleza y deseo de poder con la autoreclusión monacal, la meditación, el estudio, la adoración a Dios y la caridad. Tras la muerte del mayor sin descendencia el menor debe asumir la corona. Su falta de carisma y autoridad es aprovechada por los nobles de la corte que desoyen a su rey. En un arrebato de cólera todos serán ajusticiados y sus cabezas usadas como campana en la torre de la catedral.
Los impostores
El relato transcurre en el Portugal que sucedió al Rey Sebastián, desaparecido y dado por muerto tras la batalla de Alcazarquivir, en África. Muchos intentaron suplantar al rey, ésta es la historia de uno de ellos, el Pastelero de Madrigal que engañó, al viejo fray Miguel, confesor del rey, y a Doña Ana, dama que no llegó a conocerlo, hasta el punto de casi conseguirlo.
El Hechizado
Narra los hechos del Indio González Novo que viaja de América a la corte Española con el propósito de ver al rey Carlos II, el Hechizado. Estamos en un relato ficticio, dentro de un texto, supuestamente autógrafo del protagoista. Otra vez el relato dentro del relato.
El inquisidor
Relato atemporal, desde un punto de vista cronológico, pero perfectamente enmarcado por la naturaleza de los personajes. El inquisidor, cristiano nuevo, antiguo rabino eminente, hoy obispo devoto, debe juzgar y condenar a sus antiguos acólitos.
El abrazo
En este relato, Don Juan Alfonso, gobernador de campo del difunto rey Alfonso y ayo del infante Pedro, rememora, en su precipitada huida del país, el enfrentamiento entre el joven rey Pedro y sus hermanos bastardos Fabrique, Enrique y Tello, por la corona de Castilla.
Diálogo de los muertos
Este relato cierra el volumen a modo de epílogo. En esta ficción, los muertos, desde sus tumbas, hablan de los vivos de su época. Cargado de gran simbolismo, el paisaje castellano se convierte en la alegoría de la guerra: un inmenso cementerio alimentado por el miedo y la ambición.

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